Comentario sobre La Venus criolla
Discípulo del italiano Gino Moretti, Centurión comenzó joven con sus envíos al Salón Nacional, donde fue señalado en 1920 con el primer premio por su óleo
Misia Mariquita (inv. 1868, MNBA). Quince años después obtuvo el recién creado Gran Premio con una obra de madurez,
La Venus criolla: una figura de mujer de tamaño natural colocada en el centro preciso del cuadro, a la manera de un volumen en el que inciden luces y sombras, y cuyo colorido cálido contrasta con el blanco del fondo. La sencilla y equilibrada composición muestra un rasgo común de buena parte de la producción de Centurión, el tratamiento constructivo de personajes retratados en quietud, con el que el artista aportó a la figuración renovada de los años 30.
Ya en su momento,
La Venus criolla colmó las expectativas de una buena parte de la crítica y del público de arte, por la coincidencia de su alta calidad pictórica y un contenido “vernáculo” (1). De hecho, Centurión concibió la obra a partir de un tema preferente de la estética tradicional, el desnudo femenino identificado con el nombre de la diosa grecolatina. En la pose de la muchacha y en la ambientación, cuyo elemento principal, la cortina clara, indica el
atelier del artista, el pintor hace referencia al consagrado ejercicio del “modelo vivo”, siempre vigente en las escuelas de arte. Pero a la vez que evocaba prestigiosos antecedentes iconográficos y aspectos de la formación y la práctica artísticas, se alejaba con decisión de los modelos etéreos de la pintura académica para cultivar un prototipo de belleza caracterizado por formas generosas, en las que se destacan las caderas anchas y las piernas fuertes y musculosas. La obra se comprende así dentro de una amplia corriente de descubrimiento de las bellezas locales que fue común a todo el continente en la primera mitad del siglo XX. Criollas, mestizas, indias y mulatas concitaron la atención de muchos artistas del período (recuérdense las modelos del mexicano Rivera y del brasileño Di Cavalcanti, por nombrar solo dos ejemplos). Sus imágenes evocan, por medio de diferentes recursos plásticos, la asociación entre mujer nativa y madre tierra americana.
En 1924 Alfredo Guido ya había realizado una
remake autóctona de las mujeres exóticas tan caras al orientalismo europeo. La
Chola desnuda, premiada en el Salón de ese año, muestra una figura recostada a la que rodean telas estampadas, tejidos norteños, una cesta con frutos tropicales y una pieza de cerámica. Pero Centurión no necesitó tal despliegue de elementos retóricos, y eligió la síntesis concentrada en la figura de la joven, una joven como tantas otras de nuestro país que puede al mismo tiempo significar una genérica identidad criolla.
Además, el cuerpo de
La Venus criolla, macizo y algo tosco, ajeno a cualquier idealización, recuerda sin duda el de la protagonista de una obra paradigmática de la historia del arte argentino,
Le lever de la bonne de Eduardo Sívori (inv. 1894), pintada en 1887 (2). Sin embargo, mientras que Sívori puso en imagen un instante en la vida de un personaje de carácter literario, Centurión eludió cualquier intención narrativa. Ante la obra, el espectador se aparta de la contemplación distante de un trozo de vida ajena.
Como en otras pinturas del artista, la figura no hace nada (3), simplemente se presenta ante él y lo mira, sacudiendo la pasividad de la observación para incorporarlo en el espacio del cuadro. Una complicidad que para los argentinos está implicada en el nombre de
La Venus criolla y que, gracias a los recursos de la pintura, se extiende así a cualquier espectador.
por Marta Penhos
1— El término, muy utilizado en la crítica de la primera mitad del siglo XX para aludir a los temas e intenciones nativistas presentes en algunas obras artísticas, aparece referido a La Venus criolla en una nota firmada por José León Pagano en La Nación en 1938, véase: Penhos, 1999, p. 107.
2— Ana M. Telesca, “Centurión, Emilio” en: 100 obras maestras. 100 pintores argentinos 1810-1994, cat. exp. Buenos Aires, MNBA/Fundación Konex, 1994, [s.p.].
3— Pagano, 1937, p. 403.
Bibliografía
1938. PAGANO, José León, El arte de los argentinos. Buenos Aires, edición del autor, t. 2, p. 401, 403, 407-408, reprod. color nº 312.
1954. LOZA COLOMER, Azucena, “Exposición de Centurión en Bonino”, Ver y Estimar. Revista mensual de crítica artística, Buenos Aires, segunda serie, nº 1, noviembre, p. 11.
1972. GONZÁLEZ LANUZA, Eduardo, Emilio Centurión. Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes.
1980. LÓPEZ ANAYA, Jorge, Emilio Centurión. Pintores argentinos del siglo XX. Buenos Aires, CEAL, nº 13, reprod. color nº 1.
1991. BRUGHETTI, Romualdo, Nueva historia de la pintura y la escultura en la Argentina. De los orígenes a nuestros días. Buenos Aires, Gaglianone, p. 86.
1995. AA.VV., Historia crítica del arte argentino. Buenos Aires, AACA/Telecom, p. 269, reprod. color [s.p.].
1999. PERAZZO, Nelly, “La pintura argentina (1915-1945)” en: AA.VV., Historia general del arte en la Argentina. Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, vol. 8, p. 411. — PENHOS, Marta, “Aniversario. El Salón de 1935 como homenaje, retrospectiva y consolidación”; “Nativos en el Salón. Artes plásticas e identidad en la primera mitad del siglo XX” en: Marta Penhos y Diana B. Wechsler (coord.), Tras los pasos de la norma. Salones Nacionales de Bellas Artes (1911- 1989). Buenos Aires, Ediciones del Jilguero/ CAIA, p. 106-107, reprod. p. 131.
2005. LÓPEZ ANAYA, Jorge, Arte argentino. Cuatro siglos de historia (1600-2000). Buenos Aires, Emecé, p. 95, reprod. color p. 208.